lunes, 3 de agosto de 2009

El daño que hemos causado

Y como él era el más débil...
Ni siquiera lo meditamos (como si realmente lo necesitáramos), y lo tomamos de los brazos. ¿Luchar? ¿Resistirse?
¡Sí, sí, sí, por favor! Y es que es un disfrute, ya lo sabes, otra forma de placer; muchos de nosotros podríamos decirte que amamos más matar que el sexo, o cualquier otra droga; muchos de nosotros lo hacemos.
Y bien, aquí estábamos. El muchacho pataleando por salvar su vida, con una resistencia que nunca esperarías de un chiquillo así, flacucho y tonto. ¡Pero, señores, parece que el instinto de supervivencia es una cosa fuertísima! ¿Te imaginas?
Y es que aquí, señoras y señores, no luchas por un enojo, una afrenta o para enaltecer tu dignidad. ¡Luchas por tu vida! Afortunadamente, nadie nunca nos gana.
Daba saltas y saltos, pero, como lo teníamos bien agarrado de los brazos, no representaba amenaza alguna. Entonces sólo lo tiramos, y comenzamos a romperle las piernas a pisotones.
¡Oh, y cómo disfruto el crugir de los huesos! ¡Oi! ¡Oi! ¡Oi! ¡Oi!
¿Y bien, así de débil? Gritos de dolor, llanto y llanto. Y es que, el daño que hemos causado, qué hermoso que es...
Pero entonces pensé que, tal vez... que tal vez...
Me alejé un poco y subí a la camioneta, tomé la 22, y mientras los demás gozaban de la matanza, le di un tiro a cada uno.
El chico entre llantos me mira, y yo le respondo:

-Deus ex machina, señorito.